Documento redactado en 1976 por el ex- SS-Unterscharführer Hans Richter, antiguo comandante de carro de combate en la 3./SS-Pz.Abt. 102, donde relata cómo resultó gravemente herido al ser su Tiger ('312') el 10.07.1944 puesto fuera de combate durante los combates por la colina 112 (batalla de Caen).

Notas:
Este documento fué redactado por Hans Richter a petición de la editorial Munin con el objetivo de cooperar con 'Der Freiwillige', revista que entre 1956 y 2014 publicaría memórias de veteranos de diferentes unidades de las Waffen-SS. A diferencia de la práctica totalidad de los informes redactados durante la guerra, centrados especialmente en experiencias tácticas de grupo y experiencias técnicas con el material empleado, en este documento Richter describe sus experiencias personales, los pensamientos y sufrimientos de un miembro de la tripulación tras haber resultado gravemente herido en su carro de combate.

 

Hans Richter

Horrenbacherstr. 26
758 Bühl






Salvación en el ultimo minuto


De repente comprendí, de una forma totalmente inesperada y sin sentir ningún dolor: "impacto en la torreta". El ruido del combate y el sordo rugido de los 700 caballos del motor de nuestro Tiger lo había silenciado todo. No podia entenderlo, estaba paralizado, ordené a través del micrófono de garganta automaticamente: "Marcha atrás". La imágen era horrible: mi antebrazo izquierdo había sido arrancado, la sangre salía intermitentemente del muñón salpicándo mi muslo, mi brazo derecho estaba inmóvil; hecho pedazos y totalmente ensangrentado colgaba inerte de mi cuerpo. Dirigí la mirada hacia mi camarada Hans Krucker, mi artillero, 20 años, originario de Suabia y uno de los inteligentes y tranquilos legendários SS-Rottenführer. Unos instantes antes todavía había disparado una ráfaga con su ametralladora de la torreta. Segundos después ví con horror que su cabeza había sido separada del torso. De su cuerpo, vacio de sangre y azul claro, casi blanco, sobresalían restos de afilados huesos. La cabeza, con la gorra negra, se encontraba entre la óptica y el cañón. Mi aturdimiento se disolvió al ensangrarse mi cara y pecho. Apenas podia ver. Metralla tenía que haber alcanzado tambien mi ojo derecho. Grité a mi cargador: "auriculares fuera, torniquete"; reaccionó inmediatamente, al parecer no había sido herido, al igual que el conductor y el operador de radio de mi Tiger. Mi próximo pensamiento fué: hemos sido puestos fuera de combate, me estoy desangrando. Instintivamente me deslicé a través de la escotilla de la torreta, escotilla que en la última fase del ataque habíamos abierto debido a los fuertes gases procedentes de la pólvora de las granadas disparadas. Desde la parte trasera me dejé caer al suelo, me puse en pié y a tropezones más que andando me moví sobre campo abierto pensando que había llegado mi final. En este estado, medio ciego y en medio de los estallidos perdí toda orientación. Un Tiger de nuestra compañía retrocedió hasta situarse a mi lado. Alguien gritó: "Te llevamos con nosotros". El Tiger se detuvo, me subieron a la parte trasera, más tarde al incrementar el fuego enemigo me colocaron sobre la plataforma giratória de la torreta. Todavía sangraba abundantemente. Hoy sé que mis salvadores, el SS-Ustuf. Schaubinger y su tripulación, pertenecían a un Tiger de un pelotón vecino.

En la posición de salida de nuestro ataque sobre la colina 112, en el pueblo St. Martin, ó mejor dicho, en las ruinas que del pueblo todavía quedaban, se encontraba un vehículo sanitário con las puertas abiertas. El conductor, con casco y un uniforme de camuflaje de las Waffen-SS, con ayuda del SS-Ustuf. Schaubinger me introdujo en el vehículo mientras decía: "en marcha inmediatamente, hemorragia arterial". Las puertas se cerraron y yo perdí temporalmente el conocimiento.

Sentí vagamente como separaron el uniforme de camuflaje de mi cuerpo recortándolo. Escuché las palabras: "lesión arterial, operar inmediatamente". Un enfermero me llenó la boca con chocolate y escuché sus tranquilizadoras palabras: "Tranquilo camarada, vás a superarlo". El olor del éter fué lo último que percibí.

Desperté de la anestesia con los ojos vendados, el pecho y los dos muslos vendados, el muñón del brazo izquierdo vendado y el brazo derecho entablillado y vendado. Había perdido toda noción del tiempo. No veía nada. Lo primero que percibí fueron voces, gemidos, ordenes. Noté paja alrededor de mi cuerpo. Cuando uno no vé nada el resto de sentidos se agudizan al máximo. Poco a poco empecé a poder pensar con claridad. Empecé a sentir dolor, al principio ligero, más tarde insoportable. Alguien me dijo: "¿Cómo estás camarada Richter? Tienes que continuar tumbado, quizás un par de horas hasta que estés en condiciones de poder ser transportado". La persona me introdujo chocolate en la boca y tras horas sin haber bebido nada me dió un trago de zumo.

Pasaron las horas. Debido a los fuertes dolores me dieron una inyección de morfina. Al despertar noté que todavía continuaba tumbado sobre paja. Escuchaba proyectiles e impactos, unas veces más alejados, otras mucho más cercanos. Los cazabombarderos sobrevolaban el hospital de campaña. Explosiones de bombas, la tierra era lanzada por los aires, piedras. El silbido y las detonaciones de las bombas lanzadas por los cazabombarderos no eran nada nuevo para mí. La situación era caótica. Escuché a alguien cerca de mí decir "continuamos con la operación". Dios mío pensé, esto es lo que me faltaba, morir aquí de este modo. Llegaban nuevos heridos. Por fín fuí subido a una camilla y transportado a un camión ó un gran vehículo sanitário junto otros camaradas gravemente heridos, que como pude deducir de fragmentos de palabras que escuché, pertenecían a nuestro batallón así como a la 10. SS-Pz.Div. Todavía en medio del fuego enemigo el vehículo se puso en marcha. El ruido de los combates se fué debilitando. Los camaradas fueron trasladados a diferentes hospitales de la retaguardia. Yo fuí el último en el vehículo. Hasta alcanzar París realizamos varias pausas y cambios de vehículo. Ahí fuí tratado en una enfermería ocular. Aún y así perdí el ojo derecho.

Fué en el hospital de campaña de Vieux, al pié de la colina 112, donde bajo indescriptibles difíciles condiciones recibí la primera atención médica por parte de los camaradas SS de los servícios sanitários. A todos ellos así como al SS-Ustuf. Schaubinger y a su tripulación les debo mi vida. Bajo el constante fuego del enemigo, de su artillería, sus cazabombarderos y probablemente su artillería naval, frente a Caen incansablemente firmes y arriesgando sus vidas atendieron a los heridos y salvaron muchas vidas, entre otras la mía, literalmente en el último minuto, si no en el último segundo.

Con los sentidos agudizados, a pesar de tener los ojos vendados, pude vivir todo lo sucedido en el hospital de campaña y debido a la impotencia de mi situación sufrí un miedo mortal durante el bombardeo de Vieux. Les debo el máximo respeto y reconocimiento a mis camaradas del hospital de campaña de Vieux y muy especialmente al médico, que al fín y al cabo fué quien salvó mi vida. Por desgracia hasta el día de hoy no he logrado averiguar su nombre. Tampoco sé si él y sus camaradas de los servícios sanitários lograron sobrevivir.

Debido a la gravedad de las heridas sufridas el 10.07.1944 en los combates por la colina 112, posteriormente en el hospital de Erfurt un oficial de las Waffen-SS me entregó la Medalla de Herido en oro.

Mi camarada y artillero Hans Krucker, SS-Rottenführer, está enterrado en el cementerio militar alemán en La Cambe, Normandía, en el bloque 14, fila 1, tumba 8.





Hans Richter,
antiguo comandante en la 3./SS-Pz.Abt. 102